viernes, 3 de mayo de 2013

Subiendo por Río




Selarón: El trágico final del artista que creó la escalera más famosa de Río de Janeiro


“La escalera solo quedará lista el día de mi muerte, cuando yo mismo me transforme en la propia escalera, porque así quedaré eternizado para siempre”
Jorge Selarón (Limache, Chile, 1947 – Río de Janeiro, 10 de enero, 2013)

En el camión que está estacionado justo delante de la escalera se lee “equipos de grabación”. Hay  policías custodiando a un grupo de jóvenes que exhiben cámaras filmadoras, trípodes y mucha agitación. Está comenzando a garuar, cada vez más fuerte.
“¡LLuvia, lluvia!”, grita un hombre con un vozarrón, e inmediatamente todos corren para resguardar los equipos dentro del camión. Abro el paraguas y me detengo en el primero de los 215 escalones para contemplar la escalera. Voy avanzando con pasos aletargados, solemnes y respetuosos.

Sobre la escalera, algunos turistas sorprendidos por la lluvia se apuran para sacar fotos. “¿Acaso el turista siempre tiene que sonreír para las fotos, esté donde esté, incluso aquí?”, reflexiono, “¿Incluso en este lugar donde la fatídica madrugada del 10 de enero encontraron el cuerpo carbonizado de Selarón, también aquí el turista tiene que mostrarse feliz?”

La figura del turista es distinta a la del viajero. Este último nunca asume la felicidad como un derecho, y mucho menos como un deber. El viajero quiere conocer nuevos lugares, sumergirse en otras realidades porque quiere, principalmente, desentrañar un misterio que no lo abandonará hasta el final de su propio viaje. Selarón era un viajero. Nació en Chile y recorrió más de cincuenta países antes de radicarse en Río de Janeiro, frente a una escalera de cemento que une Lapa, el barrio más bohemio de Río de Janeiro, con el de Santa Teresa.

E
l pintor chileno sustituía permanentemente los azulejos y explicaba que en esa actividad se insertaba la originalidad de su obra. “Una obra de arte viva, hecha con sacrificio y cariño”, pero también -él no lo niega- con obsesión.

Un momento paradigmático en la construcción de esta obra de arte mutante fue cuando descubrió que podía diseñar sus propios azulejos. Fue un día inolvidable para el artista. Él mismo lo escribió sobre una pared: “Lloré de emoción, conseguí un azulejo pintado por mí”.

Después de ese descubrimiento la mujer embarazada que siempre pintaba en sus cuadros (y que representaba “un problema personal”, según decía el artista) comenzó a aparecer también en los azulejos. Si bien esta mujer es la protagonista indiscutible de su obra, Selarón también comenzó a retratar a los vecinos que ayudaron en la construcción de la escalera. Paulo fue uno de ellos.
 -Él se mató – asegura mientras ignora un cigarrillo que se va consumiendo entre sus dedos. Vecino de Selarón, Paulo es un jubilado de mirada hermética que no parece tener más de sesenta años.
- Siempre que venía con esa idea yo le decía que estaba loco si pensaba en matarse, pero él ya estaba decidido.

“Esa” idea (la del suicidio) se prendió fuerte en la mente del artista y fue succionando hasta su última gota de esperanza, o de instinto, como si lo hubiera vencido un pensamiento que hizo nido en su mente hasta convertirse en su última obsesión.
-Yo vi cuando se estaba prendiendo fuego… mirá – me muestra su brazo que parecía la piel de una gallina- hasta ahora me estremezco recordando esa escena. Era Selarón, era él, sentado en la escalera de su casa, quemándose de la cintura para arriba, vi sus ojos… – y mira hacia el cielo con una expresión de resignación, imitando el rostro que adquirió Selarón cuando el fuego ya había apagado su vida.

Verdad escurridiza. Se sabe que durante sus últimas semanas el artista permaneció recluido en su casa. Dicen que estaba siendo amenazado por un ex colaborador que reclamaba una parte de lucro por la venta de sus cuadros. Selarón ya había asentado una denuncia por agresión en el Departamento de Policía de Santa Teresa. Semanas después, como un final anunciado, encontraron el cuerpo calcinado en la puerta de su casa, junto a un tarro de disolvente. No obstante, hasta ahora continúa siendo un misterio la muerte de Selarón.
“Parece que al final se suicidó”, me dice con cierta timidez el joven mozo de un bar que el artista frecuentaba casi todos los días. Es una cantina descuidada, cubierta con algún que otro azulejo de estilo portugués. Siempre que venía, Selarón pedía una Fanta sabor naranja y se quedaba ensimismado en sus pensamientos y en sus diseños. A veces pedía una cerveza bien helada solo para dejar la botella debajo de la mesa. Una vez que se calentaba lo suficiente, comenzaba a beberla. “¡Maricona!”, le gritaba al mozo. “¡Maricona serás vos!”, le respondía, solo para oír la misma contestación de siempre: “Sí, maricona pero con dinero”.

Las campanas de la iglesia de Santa Teresa anuncian las seis de la tarde. Es el mismo sonido que Selarón oyó durante más de veinte años mientras estaba obstinado en cubrir los escalones grises con su arte. “Es mi homenaje al pueblo brasileño”, decía.

Miro el escalón donde se apagó su vida. Sospecho que pocos saben que fue aquí donde murió. Sospecho que a pocos les importa. Los azulejos brillan por el barniz que dejó la lluvia. “Solo acabaré este sueño loco e inédito en el último día de mi vida”, escribió Selarón. Está oscureciendo, la escalera ahora se vuelve aún más enigmática, solemne y ciertamente trágica.

 Acerca del blog: Río de Janeiro es una ciudad dueña de atractivos naturales y de un valioso patrimonio histórico y cultural. Este blog se propone ayudar al lector de Perfil Carioca a conocer mejor el lugar donde los argentinos podrían conmemorar su tercer Mundial, pero sobre todo tiene la intención de mostrar la complejidad de un espacio urbano tan maravilloso como ambiguo.
Autora: Mara Tomietto

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