domingo, 3 de noviembre de 2013

Círculos



Los circulos éticos


Por Michel Onfray


La oral cristiana sostiene que hay que amar al prójimo como a sí mismo por amor a Dios. ¿Qué significa esa fórmula, si nos tomamos el trabajo de analizarla en su totalidad? En primer lugar , que el otro no es un fin, que no se lo ama al otro por sí mismo, porque sea él , sino como un medio para otra cosa, o sea, Dios. ¿El tercero? Un escalon para llegar a Dios.. El otro no es amado por sí mismo, sino porque permite ante todo decirle al Creador que amamos a su criatura. Al amar al otro, es a Dios a quien amo: la practica de la moral se resume en la oracion.

Esa moral inhumana en el sentido etimológico se refiere a dos categorías humanas: una es amable, por lo tanto no es necesario un deber de amar si ya hay una predisposición natural a ello, el tropismo es innato, el magnetismo habla;  la otra es aborrecible, el famoso delincuente relacional en sus multiples variantes: del canalla sartreano al verdugo de los campos de concentración, pasando por los sádicos a tiempo parcial, los perversos a tiempo completo, los crueles de siempre, los torturadores y otras variantes de la negatividad ética. ¿Amar a ésos? ¿Y por qué?.

¿En nombre de qué, de quién, podemos asumir el deber de amar al projimo si es abominable? ¿Qué se puede alegar para convencer a la victima de amar a su verdugo? ¿Qué es criatura de Dios, como yo, y las vías de Señor que lo conducen a hacer el mal son inescrutables? Esto vale  para los que se consagran a las pamplinas cristianas, pero ¿ y para los demás, los que viven inmunes a esas fábulas? ¿Qué extraña perversión podría, pues, conducir a este mandato inaudito: amar al autor del suplicio que nos destruye? Auschwitz muestra los límites de esa ética: interesante sobre el papel, pero inútil para la vida.

A esa moral para los dioses, como tal prohibida a los hombres, opongo una ética aristocrática y selectiva. No se trata de buscar la santidad, sino la sabiduría. Contra la falsa aplicación biyectiva en la relación triangular cristiana, me inclino por una geometría de círculos éticos que, partiendo de un punto central y focal, Yo-siendo cada uno el centro de su dispositivo-, organiza a su alrededor, y de manera concétrica, la ubicación de cada uno en función de las razones para mantener o no con el otro una relación de proximidad. No existe ningún lugar definitivo, cada situación en ese espacio fluye o se deriva de lo que se dice, hace, muestra, demuestra y se da como señal de la calidad de la relación. Como no hay Amistad, sino demostraciones de amistad, no hay Amor, sino demostraciones de amor, no hay Odio, sino demostraciones de odio, etc., los hechos y gestos forman parte de una aritmética que permite deducir, según se puede constatar, la naturaleza de la relación: amistad, amor, ternura, camaradería o lo contrario…

Los dos movimientos son sencillos:  elección y evicción. Fuerza centrífuga, fuerza centrípeta. Acercamientohacia sí, expulsión en los bordes. Esta ética es dinámica, nunca se detiene, siempre está en movimiento, en permanente relación con el comportamiento del prójimo. Por lo tanto, el otro es garante de sus compromisos y responsable de su lugar en mi esquema ético. En la perspectiva hedonista, el deseo del placer del otro estimula el movimiento hacia sí; la estimulacion del displacer del otro impulsa el movimiento contrario.

Así, la ética parece ser menos una cuestión teórica que práctica. El utilitarismo regocijante determina la regla del juego. La acción-el pensamiento, las palabras y los actos- anima las dinámicas. Como la Amistad platónica no existe, sino sólo sus encarnaciones, las demostraciones de amistad acercan y los testimonios de enesmistad alejan. Y se puede pensar lo mismo sobre lo que constituye la sal de la vida: amor, afecto, ternura, dulzura, deferencia, delicadeza, indulgencia, magnanimidad, cortesía, entretenimiento, gentileza, civilidad, cordialidad, atención, buena educación, clemencia, devoción, y todo lo que incluye la palabra bondad. Esas virtudes crean la excelencia del vínculo: su falta desune y las transgresiones disgregan.

Agreguemos a todo ellos que la ética es cosa de la vida cotidiana y de encarnaciones infinitesimales en el fino tejido de las relaciones humanas; no son ideas puras o concepciones etéreos. Consagra el reino del casi nada, del no sé qué , de lo casi mínimo y de lo anodino. Las unidades de medida morales surgen de lo imperceptible o de lo microscópico sólo visible al ojo experto en variaciones atómicas. El equilibrio de este dispositivo es siempre inestable, a merced de desórdenes generados por nimiedades. Teoría de la catástrofe…Todo ser evoluciona de modo precario en el dispositivo del otro; cada uno permanece en el centro del suyo; todo el mundo ocupa un lugar provisional. Sólo la tensión ética . el cuidado moral y el acto justo permiten mantenerlo en un polo de excelencia.

No más juicio final, ni potencia que domina de tal manera que trascienda la cuestión moral, ni impunidad inmediata en nombre de la justicia divina y post mortem…La sanción , en esta ética inmanente, es inmediata. En este movimiento browniano perpetuo, Dios no juzga, pues nada ni nadie juzga:  el resultado consiste solamente en la determinación de una relación. La descomposición de una relación o su solidificación son las únicas consecuencias: nada muy concreto. No hay necesidad para eso de un tercero celestial….

Una dialéctica de la cortesía.

Así pues, el hedonismo presupone un cálculo permanente a fin de visualizar, en una situación dada, los placeres con que contamos, pero también los displaceres posibles. Hagamos la lista de lo que puede ser divertido o molesto, placentero o desagradable, y Lugo juzguemos, sopesemos y calculemos antes de actuar. Epicurio expone la siguiente regla matemática: no acceder a un placer aquí y ahora si más tarde nos va a costar  el displacer. Renunciar a él. Es mejor elegir un displacer inmediato si ha de conducir más adelante al surgimiento de un placer. Hay que evitar, pues, el regocijo instatáneo, dado que el goce sin conciencia es la ruina del alma….

La suma de los placeres debe ser mayor que la suma de los displaceres. El sufrimiento en la ética hedonista encarna el mal absoluto. Tanto el sufrimento experimentado como el sufrimiento infligido, por supuesto. Por consiguiente , el bien absoluto coincide con el placer definido por la ausencia de perturbaciones, la serenidad adqurida, conquistada y mantenida, y la tranquilidad del alma y del espíritu. Ese juego conceptual puede parecer complejo, esa tensión mental da la impresión de ser radicalmente impracticable, ese cuidado constante del tercero, esa escena ética montada de forma permanente, ese teatro moral sin tregua, llevan a creer que se trata de una propuesta titánica, insostenible, y no más practicable que la moral judeocristiana de la santidad. …


Michel Onfray, "La Potencia de existir, Manifiesto Hedonista", P. 106-109

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