miércoles, 12 de octubre de 2011

Un polaco en Buenos Aires


Witold Gombrowicz



Partí hacia la Argentina un mes antes de que estallara la guerra y allí permanecí los siguientes veintitrés años. Todo sucedió por casualidad. ¿Casualidad?. Un día en el café Zodiac, en Varsovia, conocí a un escritor de mi edad, Czeslaw Straszewicz. Me dijo: 'Viajo a Sudamérica.' '¿Cómo?' 'En un mes el nuevo vapor trans-atlántico polaco Chorbry sale para Buenos Aires. Su viaje inaugural. Fui invitado como escritor, para escribir algunas columnas para los diarios.' '¿Te parece que me invitarían también a mí?' 'Puedes probar. Voy a mencionar tu nombre. Quién sabe, quizás funcione. La travesía sería más divertida si somos dos.'

Funcionó. A veces leo en los diarios que fui a la Argentina para escapar de la guerra. ¡Para nada!. Me preparé para el viaje sin pensar demasiado, y fue sólo por casualidad (¿casualidad?) que no permanecí en Polonia.
El día antes de partir tenía todo preparado, mis papeles en orden, y pasé por el café. 'Tienes el permiso de las autoridades militares, ¿no?' dijo uno. 'Tengo mi pasaporte. Presenté todos los certificados militares que tenía, de otro modo no lo hubiese obtenido.' '¡Con eso no alcanza!' Necesitas un permiso especial de las autoridades militares. Es sólo un formalismo, pero no te dejarán subir al barco sin él.'

Miré mi reloj. Las siete menos veinte. Las oficinas del ejército cierran a las siete. Me metí en un taxi y corrí al cuarto piso. Demasiado tarde. Las puertas estaban cerradas. Habían pasado tres minutos después de las siete. Golpeé de todos modos. Apareció el portero. 'La oficina está cerrada. Por favor acabe con ese ruido'.
La puerta se cerró una vez más. ¡Adiós, América!. Comencé a bajar las escaleras apesadumbrado: de repente, abajo, un barullo terrible. Era el equipo de fútbol que partía a jugar un match internacional en Dinamarca. También habían llegado tarde. Golpeamos la puerta de nuevo. Esta vez el portero nos dejó entrar, y como favor especial nos sellaron los permisos. Ya lo ven, mis veintitrés años en Argentina dependieron de unos minutos...

Cómo habrá sido este asunto de partir... fue como si una gigantesca mano me hubiese tomado del cuello de la camisa para sacarme de Polonia y arrojarme en esta tierra perdida en el medio del océano –perdida pero europea... apenas un mes antes de la guerra. Me pregunto porqué aquella mano no me puso en Europa occidental. Porque, supongo, hubiese terminado en París.

Si no hubiera dejado Europa hubiese vivido en París después de la guerra, casi con seguridad. Pero la mano no pareció quererlo así porque, a la larga, París me hubiese convertido en un parisino. Y sentía el deber de ser anti-parisino. Es que, por esos tiempos, no estaba lo suficientemente inmunizado.
Mi destino era pasar muchos más, largos años en los bordes de Europa, lejos de sus capitales, y lejos de sus aparatos literarios, escribiendo, como dicen hoy en Polonia, 'para los cajones de escritorio'. Miren el mapa. Sería difícil elegir mejor lugar que Buenos Aires. La Argentina es un país europeo. Uno siente allí la presencia de Europa, aun más fuertemente que en la propia Europa, pero al mismo tiempo uno está fuera de Europa –y además, en aquel país ganadero, no se aprecia la literatura.
Magia. Una casi preconcebida forma de vida. Cuanto más nos alejamos de la Forma, más nos sometemos a su poder. Misteriosas contradicciones, contrastes...

Desembarcamos en Buenos Aires el 22 de agosto (el 2 es mi número) de 1939 (la suma de los dígitos es también 22) después de un tranquilo cruce que duró tres semanas. La situación internacional parecía mejorar. Pero el día siguiente a nuestro arribo los telegramas de Moscú y Berlín anunciando el pacto Nazi-Soviético cayeron en el mundo como un rayo. ¡Guerra! Una semana después las primeras bombas alemanas caían en Varsovia.

Todavía vivía en el barco con mi amigo Straszewicz. Cuando escuchó que se había declarado la guerra, el capitán decidió regresar a Inglaterra (no había ya discusión alguna sobre si volver a Polonia). Straszewicz y yo tuvimos un concejo de guerra. Él optó por Inglaterra. Yo permanecí en la Argentina.
En mi novela Trans-Atlántico recapitulé estos incidentes y me pinté en el papel de desertor. Pero no hubo una cuestión de deserción, puesto que Polonia había sido separada ya del resto del mundo. Me presenté inmediatamente ante la Embajada Polaca en Buenos Aires apenas dejé el barco. Más tarde, cuando un ejército polaco se estaba formando en Inglaterra, aparecí desnudo frente a la comisión de reclutamiento en la Embajada. En pocas palabras, a nivel oficial, todo estaba en orden. Si aparezco como un desertor en Trans-Atlántico es porque, moralmente, era un desertor. Estaba angustiado, desesperado, pero al mismo tiempo complacido de encontrarme milagrosamente protegido detrás del océano.

Escribí algo sobre mis primeros años en la Argentina en mi diario (volumen 1, capítulo 7). Doscientos dólares, toda mi fortuna, me duraron casi seis meses. La Argentina era increíblemente barata. Viví en hoteles de tercera categoría. Algunos polacos me ayudaron y empecé a escribir un poco para los periódicos –más que nada series de notas bajo seudónimo. Por algún tiempo nuestra Embajada me dio un modesto subsidio. Pero eso no era suficiente; no sabía cómo sobreviviría el mes siguiente, y tuve que tomar prestados unos pesos para comer. Así siguió todo, a veces mejor, a veces peor, de acuerdo a las circunstancias, hasta 1947, para luego trabajar los siguientes siete años en el Banco Polaco. Fue muchísimo más aburrido. Pero el amargo, trágico, poético sabor de los primeros años dejó su marca en mí.

Apenas si puedo hablar de mis primeras experiencias en la Argentina, pero no puedo dejarlas afuera. Viví, como dije, en los hoteles más baratos, hasta en conventillos. ¡Yo, el Sr. Gombrowicz, me sumergí en la degradación con pasión! Luego, repentinamente, rejuvenecí, moral y físicamente. En las calles la gente me llamaba joven, como si no tuviera treinta y cinco años. Nunca fui tan poeta como entonces, en aquellas calurosas calles abarrotadas de gente, completamente perdido (perdido en el gentío, y perdido también en cuanto a mi destino). Enjambres de gente, multitudes, luces, barullo ensordecedor, olores y mi pobreza era mi alegría; mi caída fue mi nuevo contrato de vida. Me dejé arrastrar sin hesitar, desprejuiciado, en esta Babel de lenguajes. Formé parte de ella. (...)

Extracto del capítulo IV de W.Gombrowicz - "A kind of testament" (1973). Calder & Boyars. London
(traducción: Ernesto Resnik)

Fuente: http://www.literatura.org/wg/wgtest.htm


 Witold Gombrowicz -Novelista, ensayista, poeta y dramaturgo polaco nacido en 1904 y fallecido en Paris en 1969. Vivió exiliado en la Argentina durante muchos años. Su obra se destaca por la ironía, la irreverencia, la acidez crítica y satírica contra las instituciones y las ideologías de todo tipo. Entre sus obras más famosas se encuentra la novela Ferdydurke (1936) que le valió reconocimiento universal. Se recuerdan también sus Diarios donde da testimonio de su pensamiento personal más agudo en torno a su época.

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