martes, 29 de septiembre de 2015

Transiberiano en Buenos Aires: mucho más que un viaje



En medio de la noche un intento de reclamar pantallas para el ejercicio de la libertad, la poesía y la belleza...

LeoFDK 015


Siempre me gustaron los viajes en tren y la otra noche no lo podría creer, en una vidriera del barrio de Palermo me encontré con el Transiberiano. Esa mítica ruta ferroviaria de 9.288 km, que une Moscú con Vladivostok en el lejano oriente de la costa rusa del océano Pacífico. Basta pararse en la vidriera y contemplar para sumergirse en el viaje como una gran ventanilla ferroviaria que nos transporta por estepas, puentes, caseríos, desolación y mucha inmensidad. Una ventana que permite viajar e imaginar en medio de la ciudad.

Después descubrí que más que un film, “Transiberiano” de Mariano Llinás, que se proyecta en continuo, se trataba de un proyecto artístico más ambicioso llamado Neo Muralismo. 
Me despertó la curiosidad sobre esto último, e intenté explorar algunos de sus lineamientos.  
Según lo explica su propio autor,
el Neo Muralismo surge como respuesta a una necesidad doble: “una necesidad política y una necesidad creativa. Por un lado, nos ocupa la certeza de que las grandes pantallas que florecen como arañas en todas las grandes ciudades del mundo constituyen un campo extraordinario para la difusión y la libertad de las imágenes. Algo nuevo; son, en una época de ocaso, una promesa y una esperanza. Por otro lado, la decadencia de los sistemas de exhibición cinematográfica que han regido el siglo XX comienza a contagiar a las películas mismas. Son tiempos oscuros para las imágenes libres.
La meta del neo muralismo es, entonces, doble: ganar para el cine dichas pantallas y producir un nuevo tipo de imágenes cinematográficas adecuadas para ser proyectadas en ellas”.

Interesante no? En la introducción a un curso sobre esta temática que brinda en el Departamento de Arte de la Universidad Torcuato Di Tella, se puede indagar un poco más al respecto:

El cinematógrafo aceptó demasiado velozmente su reclusión en salas de proyección. Tomó prestado de su pariente más cercano, el teatro, el diseño que habría de acompañarlo a lo largo de un siglo y un poco más: El esquema de funciones periódicas, repetidas y circunscriptas a un horario estricto, la oscuridad, los asientos alienados y en declive, el espectador atento, inmóvil y silencioso. Ese ritual rápidamente se confundió con su objeto; el Cine fue, durante demasiados años, “Ir al cine” y a esa recurrente ceremonia le debemos la existencia de Chaplin, de Welles, de Greta Garbo  y de Bogart; le debemos el simio enamorado que encuentra la muerte en la cima de un rascacielos, le debemos la melancolía final de Mastroianni contemplando un monstruo arrojado a la arena una madrugada clara y a Belmondo volando por los aires  envuelto en cartuchos de dinamita y con la cara pintada de azul.  Sabemos que en esas butacas y en esa oscuridad, frente a esa pantalla silenciosa y lúcida (la definición es de Borges) lo hemos visto todo, y hemos sido testigos del siglo y de la belleza del mundo. Pero sabemos también que esa ceremonia está muriendo, y que acaso todos nuestros esfuerzos por mantenerla viva no sean otra cosa que maniobras engañosas de un desesperado optimismo, y que sino somos nosotros, acaso sean nuestros hijos o nuestros nietos quienes deban presenciar ese pequeño fin del mundo que todos intuimos: La última proyección cinematográfica.
Y así, en ese clima final, es que aparecen las enormes pantallas de Led, en las que los films pueden ser vistos a plena luz del día y en la calle. ¿Y qué vemos en ellas? ¿A qué imágenes está consagrado ese nuevo invento? Pues a imágenes esclavas, a naderías comerciales, a invasivos fuegos de artificio de empresas y de gobiernos: automóviles a gran velocidad conducidos por estrellas de cine, jugadores de futbol empujados dentro del cuadro sin saber bien qué hacer, políticos amables y sin corbata recorriendo las barriadas agradecidas y sonrientes. Millonarios y más millonarios: la ruindad y la tristeza del mundo.
El Proyecto Neo-Muralismo se propone arrebatarle sus pantallas a ese diablo gritón y altanero, y reclamarlas para las imágenes libres, para el ejercicio de la poesía y de la belleza.Así de simple, así de difícil, así de ambicioso.


Vale la pena verlo, ir a su encuentro, ponerse en clima, sumergirse en su atmósfera y dejarse transportar más allá de la estepa urbana. "Transiberiano" se exhibe durante septiembre y octubre desde el atardecer al amanecer en la calle Gurruchaga a metros del jardín Botánico de Buenos Aires.

LF
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