sábado, 7 de septiembre de 2013

Tánger

LeoFDK 05



La hélice deja de latir;  

así las casas no se vuelan,  

como una bandada de gaviotas. 

Erizadas de manos y de brazos 

que emergen de unas mangas enormes, 

las barcas de los nativos nos abordan 

para que, en alaridos de gorila, 

ellos irrumpan en cubierta 

y emprendan con fardos y valijas 

un partido de “rugby”. 

Sobre el muelle de desembarco, 

que, desde lejos, 

es un parral rebosante de uvas negras, 

los hombres, al hablar, 

hacen los mismos gestos 

que si tocaran un “jazz-band”, 

y cuando quedan en silencio 

provocan la tentación 

de echarles una moneda en la tetilla 

y hundirles de una trompada el esternón.  

Calles que suben, 

titubean, 

se adelgazan 

para poder pasar, 

se agachan bajo las casas, 

se detienen a tomar sol, 

se dan de narices 

contra los clavos de las puertas 

que les cierran el paso. 

¡Calles que muerden los pies 

a cuantos no los tienen achatados 

por las travesías del desierto! 

A caballo en los lomos de sus mamas,  

los chicos les taconean la verija  

para que no se dejen alcanzar  

por los burros que pasan  

con las ancas ensangrentadas  

de palos y de erres. 

Cada ochocientos metros 

de mal olor 

nos hace “flotar” 

de un “upper-cut”. 

Fantasmas en zapatillas, 

que nos miran con sus ojos desnudos, 

las mujeres 

entran en zaguanes tan frescos y azulados 

que los hubiera firmado Fray Angélico, 

se detienen ante las tiendas, 

donde los mercaderes, 

como en un relicario,  

ensayan posturas budescas  

entre las nubes tormentosas  

de sus pipas de “kiff”. 

Con dos ombligos en los ojos 

y una telaraña en los sobacos, 

los pordioseros petrifican 

una mueca de momia; 

ululan lamentaciones 

con sus labios de perro, 

o una quejumbre de “cante hondo”; 

inciensan de tragedia las calles 

al reproducir sobre los muros 

votivas actitudes de estela. 

En el pequeño zoco, 

las diligencias automóviles, 

¡guardabarros con olor a desierto!, 

ábrense paso entre una multitud 

que negocia en todas las lenguas de Babel, 

arroja y abaraja los vocablos 

como si fueran clavas, 

se los arranca de la boca 

como si se extrajera los molares. 

Impermeables a cuanto las rodea,  

las inglesas pasean en los burros,  

sin tan siquiera emocionarse  

ante el gesto con que los vendedores  

abren sus dos alas de alfombras:  

gesto de mariposa enferma  

que no puede volar.  

Chaquets de cucaracha, 

sonrisas bíblicas, 

dedos de ave de rapiña, 

los judíos realizan la paradoja de vender 

el dinero con que los otros compran; 

y cargados de leña y de jorobas 

los dromedarios arriban 

con una escupida de desprecio 

hacia esa humanidad que gesticula 

hasta con las orejas, 

vende hasta las uñas de los pies. 

¡Barrio de panaderos 

que estudian para diablo! 

¡Barrio de zapateros 

que al rematar cada puntada 

levantan los brazos 

en un simulacro de naufragio! 

¡Barrio de peluqueros 

que mondan las cabezas como papas 

y extraen a cada cliente 

un vasito de “sherry-brandy” del cogote! 

 Desde lo alto de los alminares  

los almuédanos,  

al ver caer el Sol,  

instan a lavarse los pies  

a los fieles, que acuden  

con las cabezas vendadas  

cual si los hubieran trepanado. 

Y de noche, 

cuando la vida de la ciudad 

trepa las escaleras de gallinero 

de los café-conciertos, 

el ritmo entrecortado 

de las flautas y del tambor 

hieratiza las posturas egipcias 

con que los hombres recuéstanse en los muros, 

donde penden alfanjes de zarzuela 

y el Kaiser abraza en las litografías al Sultán… 

En tanto que, al resplandor lunar,  

las palmeras que emergen de los techos  

semejan arañas fabulosas  

colgadas del cielo raso de la noche. 

                                                                        

                                       Tánger, mayo, 1923. 



Oliverio Girondo.


1 comentario:

Anónimo dijo...

imágenes increíbles...!