miércoles, 9 de noviembre de 2011

Ecofilosofía por Skolimowski




Una filosofía para el siglo XXI


Por Henrik Skolimowski


La debacle de la filosofía actual


La filosofía, como la vida, es un proceso de reexamen perpetuo, pues la filosofía es una peculiar destilación de una parte consciente de nuestra vida. Es una parte inmensamente importante de la imagen de nosotros mismos, imagen que vamos formando en interacción con el mundo externo, con nuestra historia pasada, con nuestros sueños futuros. Sin filosofía, no tenemos ancla, ni dirección, ni sentido del significado de la vida.

Cada época y cada sociedad se basa en algunas creencias y supuestos fundamentales, los que son vividos como si fueran la verdad. Justifican las demás cosas que se desprenden de ellos, pero ellos mismos se aceptan en un acto de fe. Un cambio de filosofía es un cambio de los cánones aceptados de fe, ya sea que esta fe tenga un carácter religioso o secular. E inversamente, cuando un pueblo, una sociedad o una civilización determinada esta quebrada y desalentada, exige una fresca reformulación del pensamiento, en verdad más a menudo de lo que exige una nueva base filosófica.


Sería un lugar común repetir que nuestra civilización perdió su fe, su confianza y su dirección, y que necesita una nueva base filosófica para salir de su actual pantano. Sería un lugar común repetir que la filosofía del pasado, incluida la filosofía anglosajona analíticamente orientada del siglo XX, surgió como resultado de una destilación especifica de la mentalidad occidental del siglo XX, y que como tal no sólo fue justificable sino quizás hasta inevitable. Nuevamente, sería un lugar común hacer la observación de que cuando la sociedad y la civilización toman un nuevo cariz, la filosofía debe reexaminar sus posiciones, sacudirse el polvo de sus dogmas y estar preparada para dejarse impregnar por nuevas ideas y una nueva vitalidad. Sin embargo, no se puede efectuar tal proceso de radical reformulación intelectual sin cierta resistencia y cierto dolor; pues todos nosotros estamos gustosamente adheridos a nuestros dogmas y a nuestros hábitos mentales, aun los que somos filósofos.


Recuérdese que la nuestra es la era de la especialización. ¿Y qué se espera de un especialista? Que sepa bien una cosa-aun a costa de que sea un ignorante en muchas otras cosas-, que taladre concienzudamente en su única cosa, y que esté orgulloso de ser un técnico estrecho. En el ciclo en que el último dios es un técnico, todos los dios es menores también son técnicos.

En la medida que los filósofos actuales pueden cumplir con el reto de la era técnica y exhibir sus proezas como técnicos virtuosos, ellos resultan admirables-pues, en una era técnica, los aplausos los recoge el virtuosismo técnico. En la medida que ellos debieron renunciar a una parte de la gran tradición filosófica y estrechar drásticamente el campo y la naturaleza de sus problemas para alcanzar ese virtuosismo, decepcionaron.


Pero quizás estos filósofos no sean culpables; no enteramente en todo caso. Son simples seguidores del zeitgeist. La totalidad de la civilización se ha revolcado patas para arriba en su deleite gozoso por la especialización. Somos una civilización esquizofrénica que en su alucinación se engaña a sí misma con que es la mas grande de todas las que existieron, mientras que sus gentes se arrastran como aparecidos que encarnan la miseria y la ansiedad. Nuestra filosofía y nuestros conocimientos sólo ensanchan la brecha entre la vida y el pensamiento. El profético clamor de T. S. Eliot: ''¿Dónde está la vida que perdimos al vivir? ¿Dónde está la sabiduría que perdimos en el conocimiento? ¿Dónde está el conocimiento que perdimos en la información?" repiquetea hoy mas verdadero que nunca.


Los filósofos prosperan en los desafíos, pues toda nueva filosofía es un desafío par excellence lanzado a los límites de nuestra comprensión del mundo. Ahora nos encontramos en otro período de fermento y agitación en el cual debemos desafiar los límites de nuestra compresión del mundo analítica y empirista al tiempo que debemos elaborar un nuevo encuadre conceptual y filosófico en el que pueda enmarcarse una multitud de nuevos problemas sociales, éticos, ecológicos, epistemológicos y ontológicos. Casi todos sienten la necesidad de un nuevo encuadre filosófico. Sería lamentable que justamente los filósofos profesionales estén entre los últimos que reconozcan esto. Pero siento que muchos de ellos están, diligentemente, buscando a tientas nuevas ópticas. La filosofía es una gran ocupación, que tiene un gran pasado y un gran futuro. Su decaído estado actual es una aberración y un insulto a su herencia.


Martin Heidegger cierta vez observó que ya casi no se escriben libros de metafísica. La metafísica, y en alguna medida toda la filosofía, es una respuesta al desafío de la vida, al desafío de los problemas reales que se nos imponen con fuerza irresistible. La metafísica genuina de un determinado período significa la reformulación en profundidad y de nuevo de los problemas del hombre y del mundo en ese determinado momento. En este sentido, la ecofilosofía intenta ser una nueva metafísica para nuestros tiempos. Y en este sentido los diversos tratados de metafísica que analizan sólo la estructura lógica de las proposiciones, o tratan de inyectar a la fuerza diversos niveles de ser en compartimientos semánticos premoldeados, no están más que tratando de cazar la sombra de un mundo que se está desvaneciendo.


Cuando Wittgenstein propuso su atomismo lógico, éste constituía una genuina metafísica porque tenía su origen en un problema real y muy echado en cara: volver a establecer cimientos sólidos y coherentes para la matemática. Se pensó que era absolutamente vital que al menos la matemática estuviera firmemente anclada. Existía la esperanza de que la matemática, por medio de la lógica, suministraría fundamentos seguros para todas las demás ramas del conocimiento. Por otra parte, en ese momento la nueva lógica matemática - que más tarde fue ingeniosamente usada como sostén conceptual del atomismo lógico - prometía terminar con el caos en filosofía y prometía también establecer un sistema filosófico científico muy superior a todo cuanto nunca hubiera existido.

Por lo tanto, dada la situación del conocimiento del momento, y dadas las aspiraciones de la época creía en la solución mediante la ciencia, la lógica y el progreso tecnológico, y que realmente deseaba la salvación en estos términos (nunca se deben dejar de tomar en cuenta las aspiraciones de la época así como los anhelos no explicitados que impulsan a pensadores y filósofos a moverse siguiendo trayectorias especificas), el atomismo lógico era una empresa. justificable; valiente e ingeniosa. Además, dado el estado de los conocimientos y el estado de las mentes en los años 20, Der logische Aufbau der Welt (''La estructura lógica del mundo''), de Carnap, todavía era una propuesta metafísica legítima, aun cuando estaba reventando sus costuras porque intentaba hilvanar juntas, en un bordado demasiado primoroso, demasiadas cosas. Tal vez Orman Var Quine haya sido el último metafísico de la época que buscaba con avidez la resolución de nuestros mayores problemas mediante las estructuras lógicas.
Todo lo que viene después de Quine, o sea, las diversas concepciones de la metafísica concebidas como sistemas lógicos, son puros epígonos. Actualmente, ni la situación de los conocimientos ni las aspiraciones de la época se parecen remotamente a las de los años 20 y 30.


Rindamos homenaje a lo que merece homenaje. La filosofía analítica hizo mucho para liberarnos del hechizo del lenguaje. Y Wittgenstein por cierto merece ser aclamado como el hombre que hizo más que nadie para liberarnos de ese hechizo. Pero reconozcamos que la filosofía de Wittgenstein tiene sus propios limites, que ya pasaron más de 40 años desde que concibió y escribió sus Investigaciones filosóficas, y que desde entonces llegamos a damos cuenta que las Investigaciones no son la última palabra de los problemas filosóficos. No hay duda de que nuestra perspectiva varió durante los últimos diez o quince años. Hasta el punto de que volvimos a damos cuenta que los problemas filosóficos emergentes no son nunca de naturaleza lingüística analítica. Son parte de nuevas formas vitales que emergen, y como tales exigen ajustes en nuestra ontología y epistemología, además de un nuevo aparato conceptual y lingüístico.

En la actualidad, estamos una vez más empezando a dejarnos impregnar por los problemas del "mundo real".
Está en marcha la revisión de toda la tradición wittgensteniana y analítica. Ahora, al ser conceptualmente potentes y lingüísticamente hábiles (pues esto es lo mejor con que nos ha equipado la filosofía analítica), podemos seguir divirtiéndonos con juegos semánticos, y por cierto podemos resguardamos de aquellos que tratan de romper nuestros capullos de seda lingüísticos; pero no serviría de nada. Pues la realidad es que actualmente la mayoría de los filósofos sabe en lo más íntimo que se acerca una nueva era de la filosofía; que el mundo espera que los filósofos presten atención a los nuevos problemas filosóficos de nuestros tiempos; que el idioma lingüístico-analítico rinde elegantes resultados, pero es de alcance limitado, que hemos sido hechizados por Wittgenstein, y esto es irónico, porque él nos advirtió que no nos dejemos hechizar ni por el lenguaje ni por conjunto alguno de proposiciones de ningún filósofo en particular.

En los últimos años de su vida, el biólogo C. H. Waddington, mientras estaba reformulando los dilemas del conocimiento biológico actual, que consideraba eran los dilemas de la totalidad de nuestro conocimiento actual, despotricaba contra la filosofía y los filósofos por habernos llevado por el camino equivocado. Alegaba (como lo hicieron otros) que la filosofía tomó un giro equivocado a principios de siglo.
En vez haber seguido a Whitehead y su filosofía holística y organicista, siguió a Bertrand Russell y su filosofía atomista y lógica. El consejo de Waddington era: "Volvamos a whitehead", lo que es conveniente. Sin embargo, su diagnosis del pasado está preñada de dificultades. Pues me parece que, si tomamos en cuenta la totalidad del impulso de la época - su fe en el progreso, en la exactitud, en la ciencia, y, sobre todo, dada la potencia conceptual de las herramientas de la lógica matemática (con su precisión, su tersura, su elegancia y su finalidad), la búsqueda de soluciones mediante la lógica era demasiado irresistible como para que nos permitiésemos seguir a Whitehead con anterioridad.


Pero ahora todo es distinto. El atomismo lógico, el positivismo lógico, el sueño de un sistema científico de filosofía y la salvación vía higiene lingüística no son más que historia. La realidad actual muestra un mundo en que el conocimiento científico está tambaleando, un mundo en que los conceptos de la naturaleza de la ecología exigen redefiniciones conceptuales porque se han convertido en los principales problemas filosóficos. Este es un mundo con angustias sociales e individuales sin precedentes, angustias que, paradójicamente, han sido provocadas por una tecnología aparentemente benigna que se tornó nuestra muleta, hasta el punto que somos incapaces de pensar y actuar por nosotros mismos, creándose así otro problema filosófico en boga.


La vida está en continuo desenvolvimiento. El mundo está en continuo cambio. Y nosotros estamos en continua reflexión. Comprender las formas cambiantes del universo constituye nuestro apremio y nuestra necesidad.

Al bosquejar el alcance de lo que yo denomino ecofilosofía, abogaré por una nueva filosofía que en realidad apunta a un retorno a la gran tradición filosófica - la tradición que carga sobre sus espaldas grandes esfuerzos e intentos de ser culturalmente significativa. Desde el momento que quiero ir más allá de los cánones y preceptos de la filosofía actual, no puedo dejarme limitar por sus criterios de validez. La ecofilosofía que aquí estoy presentando se ofrece como un desafío.

Ella posee suficientes problemas de significación como para hacer que los filósofos (y no sólo los filósofos) reflexionen, sopesen, reexaminen, propongan nuevas intuiciones y verdades. Más allá de combates creativos y encuentros bulliciosos, están naciendo nuevas verdades; entretanto, la regurgitación de viejas verdades, se trate de la filosofía hegeliana o analítica, sólo podrá producir el embotamiento profundo de las mentes. Es indicio de una mente iluminada aceptar la concisión del desafío con la ecuanimidad de espíritu y la generosidad de corazón características de los verdaderos buscadores de nuevos horizontes filosóficos.

Desearía que los principios de la ecofilosofía fueran recibidos con este espíritu. Quisiera agregar una aclaración terminológica. Cuando digo "filosofía actual" me estoy refiriendo principalmente a la actual filosofía occidental de alcurnia empirista, analítica y científica, pues esta es la filosofía que no sólo domina las universidades anglosajonas sino que, indirectamente, se ha convertido en la filosofía aceptada en todo el mundo. Cuando los países árabes hablan de progreso (o cuando un jeque árabe compra un Mercedes Benz, que de eso se trata), cuando la gente habla de revolución verde o de impartir educación a los analfabetos de los países del Tercer Mundo, todo ello se expresa y se hace dentro del contexto implícito de la filosofía influida por el empirismo y el mecanicismo analítico occidental. Todas las principales transacciones económicas mundiales tienen el aval de nuestra filosofía occidental (empirista y positivista).



Sé que existen diferencias entre el atomismo y la fenomenología de Husserl, entre la filosofía del último Wittgenstein y el existencialismo de Sartre (todos ellos productos occidentales). Pero también sé que la fenomenología y el existencialismo han tenido poca influencia y le han hecho poco daño al mundo y a los individuos que adhieren a sus principios, mientras que la filosofía positivista empíricamente orientada, especialmente la que se desarrolló en los países anglosajones, suministra la justificación filosófica al paradigma despiadado, explotador, mecanicista que ha lanzado la orden de degüello contra la ecología del planeta, contra las naciones del Tercer Mundo y contra los mismos individuos que trataron de vivir sus vidas a imagen y semejanza de las máquinas. Y es contra esta versión de la filosofía actual que se levanta la ecofilosofía y para la cual trata de ofrecer una alternativa.



También sé que quizás ninguno de los filósofos analíticos actuales se reconoce en mi reconstrucción. No estoy analizando ningún filósofo en particular ni ningún conjunto de filósofos, sino la esencia y, sobre todo, las consecuencias, de todo el modo de pensamiento filosófico de una época determinada. Más que nada, estoy investigando cuáles son los cambios que se deben hacer en ese modo de pensamiento para lograr que la filosofía sea una verdadera herramienta de sostén en nuestra búsqueda de un vivir con sentido.

Precisamente ese modo de pensar simplista, lineal, atomicista, determinista - para abreviar, científico -, que corta todo en pedacitos y luego embute la variedad de la vida en casilleros de conocimiento físico, es lo que yo considero enfermo, pues en última instancia produce consecuencias enfermas. Por lo tanto, cuando digo que al inventar nuevas tácticas de vida necesitaremos repensar nuestras relaciones con el mundo en su conjunto, lo que quiero significar expresamente es que necesitamos abandonar la concepción mecanicista del mundo y reemplazarla por otra mucho más rica y amplia. La ecofilosofía trata de suministrar los rudimentos de esta concepción alternativa.

¿Qué es la ecofilosofía? ¿En qué difiere de la filosofía actual? Distinguiré doce de sus características y las compraré con las características correspondientes de la filosofía actual. Para que el contraste sea más notable, empezaré presentando dos diagramas, uno de la ecofilosofía y otro de la filosofía actual, los que articularé en detalle a medida que avancemos.


(continuará)


Traducción del primer capítulo del libro “Eco- Philosophy: Designing New Tactics for Living” de Henrik Skolimowski, publicado en la Revista EcoMutantia número 1 de mayo 1994.


.

No hay comentarios: