miércoles, 19 de octubre de 2011

Las vivencias de un titiritero



De Ushuaia a La Plata

Eduardo González Andía empezó con los títeres en 1988. Actualmente son para él mucho más que una fuente de trabajo. Aunque el destino quiso que viajara con sus muñecos a cuestas por diferentes rincones del país, hoy está de regreso y -según parece- ha vuelto para quedarse
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Por Josefina Oliva

En el fondo hay una casa y en el cielo un sol que brilla. En un mediodía de ficción el presentador se dispone a dar comienzo a la función. No tardarán en salir ni el conejo Buñuelo, que se prende en todas las marchas; ni la princesa presumida; ni el diablo; ni la jirafa Tamara, que le da besos a todos los que pasan. Los “Títeres del bosque” subirán a escena en cualquier momento.

Entre una historia y otra, el titiritero fue capaz de darle un descanso a sus muñecos y contar otro cuento, esta vez con su propia voz.

Eduardo González Andía nació en La Plata, pero distintas situaciones lo llevaron a viajar muy seguido. Tiene la mirada propia de un chico, con ojos que se achican y que brillan con cada sonrisa. Lleva una boina color marrón. Habla de manera tranquila y pausada. De vez en cuando crea con destreza algún personaje o imita con gracia a alguna persona. Se nota que, como todo buen titiritero, tiene una gran facilidad para cambiar la voz, modificar la intención y adoptar otra personalidad en el mismo instante en que se saca un muñeco para enguantar otro. "Los títeres son como mis hijos", dice, y deja en claro el cariño que siente por sus criaturas y el amor con el que cada día emprende su trabajo.

-¿Cómo fueron tus comienzos en esta actividad?
-Vengo de un grupo ambientalista. En 1988 estábamos cursando 4º año de la Facultad de Ciencias Naturales y decidimos empezar a hacer algo en el Centro de Estudiantes. Pertenecíamos a una agrupación que se llamaba Interáreas, independiente, de izquierda, que le había ganado el centro por primera vez a la poderosísima Franja Morada. Un día aparecieron dos personas de la Facultad, graduados, a proponernos que hagamos cosas en los barrios relacionadas con los temas ambientales. Entonces empezamos a dar unas charlas que eran muy aburridas.

Recuerdo que dimos una en el barrio Caminito, en la que un señor, muy mayor, se puso en primera fila y bostezó toda la charla. Cuando salimos, uno de nuestros compañeros, Hugo, nos planteó que necesitábamos nuevas formas de relacionarnos con la gente. Decidimos inscribirnos en la Escuela de Teatro Callejero y en la Escuela de Títeres. En ese momento era todo muy relacionado con la educación, vinculado con cosas cuyo eje estaba en torno de alguna finalidad pedagógica. La obra de títeres debía servir siempre como disparadora de un determinado tema, definiendo por ejemplo qué es el medio ambiente, o qué es un ecosistema. Sólo después surgió la necesidad, porque la vida nos fue llevando en esa dirección, de trabajar fuera de la escuela.


Así comenzaron a crecer los que a partir de 1991 se llamarían “Los títeres del bosque". "La vida", -como dice Eduardo-, otros rumbos, la militancia quizás, hicieron que las obras empezaran a abordar nuevos temas, como los derechos humanos, la amistad, el amor, el poder, la solidaridad, la cooperación, la construcción de un mundo mejor. Fueron sumándose personas, vinieron las colaboraciones y se multiplicaron los personajes. Hoy son 53 títeres, a los que hay que mantener y hacer hablar.


-Está la parte de la construcción de la cabecita, a veces de goma espuma, a veces de papel maché. Después está la confección del vestido, donde le pido ayuda a alguien que sepa coser. Y finalmente hay que darle vida a cada títere, darle un perfil, una personalidad, una forma de desenvolverse en una obra, en un espectáculo. Eso también lo hacés con la ayuda de la dirección. A algunos títeres los llevo a veces a las movilizaciones, a las marchas en las que participo. Sobre todo a Buñuelo, el conejo anarquista. Creo que ellos también están interesados en las luchas sociales -dice Eduardo mientras sonríe-. Además precisan de una tarea de mantenimiento; no es que los tenés para siempre: debés irlos pintando, arreglando, porque se descosen, se ensucian. Es imprescindible ponerlos "en onda" para trabajar.
De viajes mágicos

Antes de establecerse aquí, Eduardo viajó con su bolso cargado de personajes por varios lugares. Recorrió desde una escuela hasta un hospital, desde colonias de vacaciones hasta fiestas de cumpleaños y desde La Plata hasta Ushuaia.
Cuando llegó a esa localidad austral, era un completo desconocido. Por el hecho de hallarse allí la Base Naval militar, en Ushuaia viven gran cantidad de militares con sus familias. ¿Qué espacio existía en un lugar semejante para una propuesta cultural como la de Eduardo? Era una incógnita y al mismo tiempo, un desafío.
-Hay un jardín que se llama "El barquito travieso", destinado a los hijos de los de la Marina. ¡Andá a hablar ahí de derechos humanos! Yo caí sin saber siquiera que era de la Armada.

-¿Y cómo fue esa experiencia?
-¡Me miraban todos con cara de asco! Las maestras y los chicos me observaban desconcertados y pensaban: "¡qué está diciendo!". Algunos, muy pocos, se engancharon, pero bueno... El único cine comercial del pueblo queda adentro de la base naval. Hacé de cuenta que está el BIM III y adentro el cine. Para poder ir tenés que pasar por el puesto donde está el militar con el fusil. Entonces te decís a vos mismo: "no, ahí yo no quiero entrar". Recuerdo que fui un solo día, a ver Kamchatka.

Pese a ese escenario, en principio adverso, las cosas se fueron acomodando rápidamente. “Encontré un vacío en el trabajo con chicos, desde lo cultural, y también que existía un hueco desde lo social. Había mucho por hacer". Así fue que consiguió llevar sus espectáculos de títeres no sólo a las escuelas sino también a otros espacios, como las cárceles. Comenzó a dar talleres para docentes –era la primera vez que lo hacía– y llegó finalmente a concretar sus sueños.

-Empecé a trabajar en el Bibliomóvil, que recorría distintos centros comunitarios alentando la lectura. ¡Imaginate: promocionar el libro a partir de los títeres! ¡Era tocar el cielo con las manos! La paga era muy buena porque la Biblioteca Popular Sarmiento recibía un subsidio importante del gobierno nacional por eso de estar situada en el confín del mundo. Esos recursos nos permitían contar con una tecnología muy adelantada. El móvil estaba equipado en ese momento con una PC de última generación, una video, un televisor, libros nuevos de autores latinoamericanos...

Todo marchaba mejor. El trabajo de Eduardo en Ushuaia iba creciendo. No sólo se acercaba mucho público, sino que otras personas –chicas y grandes- se sumaban para colaborar con él. Junto a ellos logró por fin acceder a lugares en los que siempre había anhelado estar.

-Pude llegar a la cárcel; no al presidio, que hoy es un museo, sino a la alcaidía, donde están los presos. Logré actuar en el hospital, donde están los quemados. Conseguí presentarme en los comedores y en muchos otros espacios donde podía unir mi trabajo a la expresión de la solidaridad y al ejercicio de la militancia.
 

Otros paisajes, la misma mirada


Entre idas y venidas desde Ushuaia, fue abriéndose en La Plata otro camino. La conexión con Galpón Sur –agrupación dedicada desde 1998 a actividades culturales, sociales y políticas- vinculó a Eduardo con nuevos espacios de compromiso.
-En el Galpón Sur, en la calle 16 y 47, fue desarrollándose una propuesta estrechamente relacionada con el Movimiento de Trabajadores Desocupados (MTD) Aníbal Verón. Además, cada vez que venía para acá me presentaba también en la feria de Romero o en algún comedor. En el año 2002 también se armó un taller de formación para los militantes y los compañeros. También se concretaron giras con funciones dedicadas a la niñez y a la educación, mediante contactos con otras instituciones como Tiburones y mojarritas o Juanito Laguna.

Los largos viajes y el extenso recorrido por múltiples caminos, llevando el retablo y los títeres por todas partes, tienen que ver con las ventajas del oficio. Eduardo sabe que su trabajo ofrece la posibilidad, con la que otros artistas no cuentan, de deambular fácilmente de aquí para allá. Y cree que hay que aprovecharlo para llegar a todos sin distinciones.

-La cultura no tiene que estar solamente en el Pasaje Dardo Rocha. También tiene que llegar a los barrios y a las localidades más lejanas, como Echeverry u Olmos. Hay chicos que no vienen al centro por una cuestión económica, porque les da vergüenza su ropa y le temen al qué dirán. Y si no pueden venir, hay que afrontar el desafío de ir hasta ellos.

Es así como los "Títeres del bosque" ya han pasado por el Hospital de Niños de La Plata y por distintos centros de salud del gran Buenos Aires. También estuvieron en diferentes sitios del interior de la provincia. Incluso llegaron hasta Brasil y Cuba. La intención es proyectarse cada vez más lejos para alcanzar todos los años a más chicos.

Aunque el arribo a La Plata fue algo improvisado –vino apenas con lo puesto más el baúl de los títeres–, le dio muchos frutos en poco tiempo. Ahora no sólo continúa con las funciones en distintos sitios y con las actividades en el Galpón Sur, sino que también se presenta durante los fines de semana en el Parque Ecológico.

-¿Cómo es la respuesta allí?
-En el Parque es muy interesante, porque primero es un público que va a pasar un día de sol, al aire libre. A medida que los convocás, se van acercando. Primero ofrecíamos una obra relacionada con la cuestión del agua potable y después otra referida al tema de los agroquímicos. Son muy graciosas. En la obra del agua potable en la región, uno de los títeres cree que sacó petróleo, de tan contaminadas que están las napas. A otro, en lugar de diarrea, le agarra un hipo enorme, que no hay manera de frenarlo. Como la perforación sale muy cara, necesitan formar una cooperativa para hacerla y para contar con un motor. Entonces se juntan los vecinos y empiezan las discusiones. Surgen los egoísmos, los altruismos y miles de cosas más. Es muy interesante.

La compañía de los “Títeres del Bosque”, que ya cumplió 15 años, incluye en La Plata a Viviana Martorell y en Ushuaia a Merea Poblet, Melisa Frau Lavanda, Alejandro Guerizoli, Lucía Flores, Mirna Gutiérrez y Eduardo Pérez. El cometido es siempre dar espectáculos, contar historias, comprometerse. Porque, como dice Eduardo, con esta profesión "no se puede parar".

-No sé si pasa tanto con otras disciplinas. Pero este es un oficio que te involucra muchísimo. No podés parar. Que una función acá, que un acto más allá, que un cumpleaños en tal lugar... Los espacios de trabajo están, las convocatorias para la militancia también, así que no parás. Porque aparte es una forma de celebrar la vida. No es el peso de tener que trabajar. Hay días en que sí lo sentís, pero generalmente es hermoso, te llena de satisfacciones. Los títeres son parte de una ceremonia en la que todos somos partícipes. Se trata de compartir un mensaje de esperanza, de revalorización de la naturaleza y de los valores humanos. Por eso nunca lo sentís como una obligación.

De La Plata a Ushuaia, de Ushuaia a La Plata, el viaje de Eduardo sigue, con los títeres y el retablo a cuestas. Eso sí: que nadie le diga que debe detenerse, porque seguramente responderá que todavía “queda mucho por hacer”.


Fuente: Revista La Pulseada Nº 46

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